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La historia secreta que comienza hoy nos devuelve a una fecha puntual: 23 de marzo de 1983.
El lugar era un auditorio en la ciudad de Pasadena, en el estado de California. La ocasión era el aniversario de la máquina de éxitos más grande que dio el siglo veinte: un sello discográfico llamado Motown Records. Su dueño, Berry Gordy, quería celebrar por todo lo alto y para ello, necesitaba convencer a las más grandes estrellas musicales que había descubierto y grabado en décadas previas.
Gordy había llegado a un acuerdo con la cadena de televisión NBC para transmitir el evento, que no había sido fácil de organizar. Reunir a Diana Ross con The Supremes había sido una tarea titánica, y convencer a Marvin Gaye también. Pero sin duda, la más difícil de todas era convencer a Michael Jackson.
Para lograr lo imposible, Gordy había tenido que volver a verse con su hijo adoptivo, esta vez en un estudio de Motown que Michael había alquilado para seguir trabajando en los toques finales de una de sus canciones más importantes: Billie Jean. Gordy apareció durante la sesión de mezcla de manera intempestiva y cogió a Jackson por sorpresa, y aunque los problemas que habían conducido a su separación de Motown Records eran de negocios, su respeto por el magnate de los discos era mucho más grande que el que sentía por su padre y manager, Joseph Jackson.